No podía creérmelo.
No, no podía.
No podía creer
que el abuelo se hubiera muerto.
Pero así era.
-¿Un accidente
de coche?-pregunté, mientras me
enfundaba en mí vestido negro-Pero si él ya no conducía.
-Lo sé, Cris.-dijo
mi hermana Nat, mientras se acercaba a ayudarme con la cremallera.
-No murió en un
accidente de coche, por mucho que digan papá y mamá que así fue. ¿Dónde está el
coche destrozado? No me trago que, al llegar ellos, ya se lo habían llevado al
taller o a dónde sea que fuera donde se lo llevaran.
-No le des más
vueltas, Cris.
-No puedo
evitarlo, Nat. El abuelo era…
Me fue imposible
acabar la frase y ella me abrazó. Nadie comprendía, como ella, lo que el abuelo
era.
-¿Estáis
ya?-preguntó Drew, irrumpiendo en mi cuarto.
Por una vez,
había abandonado sus camisetas de grupos tales como Nirvana y esos pantalones
que ahora se llevaban los cuales ibas enseñando el culo que cuando los llevaba
me daba vergüenza ajena y se había puesto un traje negro.
-Sí-dije,
separándome de mi hermana y secándome una lágrima que me asomaba por el
ojo.-Déjame ponerme los tacones.
-No sé para qué,
si con ellos tampoco lograrás ser más alta que nosotros, ¿verdad, Nat?
-Drew, sabes que
no lo hago por eso.
-Ya, claro…
Venga, no perdamos tiempo.-dijo, desapareciendo tras la puerta.
Suspiré,
mientras me calzaba los zapatos y cogía de encima de la silla mi chaqueta
negra.
Nat y yo nos
cogimos del brazo y bajamos juntas las escaleras. Debajo de estas nos esperaba
Alice, nuestra madre. Iba vestida con otro vestido negro, muy similar al mío y
al de Nat y nos miraba con cara apremiante.
Sin decir nada,
las tres nos dirigimos hacia el coche donde Drew, nuestro hermano y Peeta,
nuestro padre, nos esperaban.
Aún en silencio,
nos subimos al coche. Nat y yo nos tiramos en los asientos de atrás y mamá y
Drew tuvieron una breve discusión sobre quién iba adelante, pero al final se
acabó sentando ella, dado que mi padre necesitaba, en aquellos momentos, todo
el apoyo posible. Después de todo, se había muerto su padre, al que estaba muy
unido.
-Maldita sea…Será…-Drew
iba refunfuñando por lo bajo cuando se sentó atrás.
-Drew,
compórtate.
-Tú no eres mi
madre.
-No, pero soy tu
hermana mayor y puedo pegarte una ostia.
-¡Qué miedo!
No me pareció el
momento propicio para iniciar una discusión que podía acabar en tragedia, así
que lo dejé pasar y comencé a mirar por la ventana, queriendo creer que Drew se
comportaba así debido a su edad. Catorce años. Plena edad del pavo. Aunque yo,
con esa edad, tenía una percepción distinta de la vida.
Le agarré la
mano a mi hermana, que iba mirando al frente, seria.
Ella tenía dieciséis
años, yo uno más. Nunca sospecharías que yo fuera la mayor, dado que ella es
bastante más alta y yo… bueno, yo era algo, que ya era decir.
Me dejé llevar
por los recuerdos y así, sin darme cuenta, llegamos al cementerio.
Bajamos del
coche y nos encontramos con familiares y amigos, que se ponían en fila para
darnos, de nuevo, el pésame.
En ningún
momento me solté del brazo de Nat y así nos quedamos, ella y yo, de pie, viendo
como una sucesión de caras conocidas pasaba ante nosotras, nos decía cuánto
sentía nuestra pérdida y se marchaba. Nos mentían. Nadie podría sentir esa
pérdida más que nosotras.
Levanté la
cabeza y miré al cielo. Estaba completamente nublado y olía a lluvia. Esperaba
que no lloviese. Al abuelo no le gustaba la lluvia, solía decir que el sol daba
la vida y a veces la quitaba. Pasó tiempo hasta que logré averiguar por qué
decía esto último.
Entonces, me
cayó una gota en la mejilla. ¿Casualidades de la vida? No lo creo. El abuelo me
había enseñado en no creer en ellas.
-Es la
hora.-dijo un cura que apareció de la nada. ¿Sería un cura o un ninja? Me
reproché a mí misma por bromear en estos momentos. Estaba mal.
Todos asentimos
y le seguimos a través de una interminable sucesión de lápidas. La grava crujía
bajo nuestros pies con un ritmo monótono y, cuando salimos del camino para
internarnos a través del césped, este crujió, húmedo.
Nos detuvimos
ante un agujero recién cavado en la tierra, en el cual, al lado, se encontraba
el ataúd del abuelo. El corazón se me encogió al verlo y me abracé a mi
hermana.
La gente hizo un
corro alrededor de la tumba y el cura se puso a los pies de esta. Tomó aire y
comenzó con su sermón.
-Hermanos y
hermanas, nos hemos reunido hoy para dar el último adiós a…
A mi abuelo. Habíamos
venido todos a despedirnos de mi abuelo.
Eché la vista
atrás y recordé en especial cuando Nat y yo ,de niñas, nos sentábamos en el
suelo, frente al fuego, esperando las historias del abuelo, sentando en su
sillón de cuero negro desgastado que siempre emitía un fuerte olor que nos
desagradaba a ambas, pero nos hacía sentir en casa.
-¡Abuelo,
abuelo! ¿Qué historia nos vas a contar hoy?-siempre repetíamos las dos.
-¿Qué tal la de
los leprechauns?
-¡Abuelo!-protestábamos-¡Esa
ya nos la has contando mil veces!
-¡Mil veces
no!-decía yo-¡Mil billones de muchas veces!-decía, presumiendo de lo avanzado
en matemáticas que íbamos en el cole.
Nat, como siempre,
se me quedaba mirando, impresionada y decía que de mayor, quería saber tantos
números como yo.
-¿Y qué tal si
os cuento la de la bashee?
Al abuelo
siempre le gustaba picarnos, ofreciéndonos historias que ya nos había contado.
Recordé,
entonces, una tarde, una tarde en la que nos contó una historia que
verdaderamente nos gustó, más que ninguna otra y que, cuando la repetía, no nos
quejábamos.
Nat y yo, con
siete y ocho años respectivamente, nos sentamos aquella tarde frente al fuego,
después de habernos comido unas galletas caseras de chocolate y nos preparamos
para una sesión de historias del abuelo.
-¡Abuelo,
abuelo! ¿Qué historia nos vas a contar hoy?
-¿Qué tal la de
los unicornios?
-¡Cornios,
cornios!-repitió Drew, que por aquel entonces era un criajo de unos tres años.
El abuelo
sonrió.
-Veo que Drew
quiere saber cosas sobre unicornios.
Nosotras
protestamos.
-¡Abuelo, no le
hagas caso!
-¡No sabe lo que
dice!
-¡Ya nos has
contado esa historia! ¡No queremos volver a escucharla!
-¡Eso! ¡No por
su culpa!
-Vale, vale-dijo
el abuelo, intentando calmarnos a las dos-Creo que tengo una que os puede
gustar.
-Desenfunda,
vaquero.-dije yo, que por aquel entonces me había dado por ver Toy Story.
-Hoy por a
contaros la historia más terrible de todas cuanto os he contado.
-¡No será para
tanto!-reímos, pero al ver que el abuelo se mantenía serio, nos serenamos
nosotras también.
-¿Vosotras
sabéis lo que es un vampiro?
En ese tiempo,
nuestros padres no nos habían dejado ver ninguna película de terror y, por lo
tanto, desconocíamos la existencia de estos seres.
-No.
-¡Y tampoco es
necesario que lo sepan!-interrumpió entonces mi madre-¡Son demasiado pequeñas!
Nosotras,
picadas por la curiosidad, le pedimos al abuelo con insistencia que nos contara
la historia de los vampiros, ya que veíamos venir que, si era por mamá, no nos
la contaría.
-Vamos mamá, es
solo un cuento.
-Un cuento como
tantos que nos ha contando.
-¿Ves,
Alice?-dijo el abuelo, intentando que mi madre entrara en razón- No se creen
nada de lo que les dice un viejo chalado como yo. Les contaré la historia
porque ya es hora de que la sepan. No pienso reclutarlas ahora para la causa,
si es lo que temes.
Finalmente, mi
madre accedió a que nos contara la historia.
-Bueno, está
bien, pero como tengan miedo y lloren por la noche, vas a ir tú por la noche
con ellas.-le dijo.
-Tranquila mamá,
si viene el vampiro, nosotras le damos a Drew y que se le coma a él, ¿verdad,
Nat?
-¡Sí!
Sin embargo,
aunque la broma tenía gracia, solo nos reímos nosotras dos.
-Que
graciosa.-dijo, y se fue.
Nosotras la
ignoramos, lo olvidamos y le pedimos al abuelo que contara la historia. Y así
fue como nos enteramos de la historia del vampiro, o nosferatu, que se
alimentaba de la sangre de otros seres vivos, poseía una fuerza descomunal al
igual que unos sentidos muy desarrollados entre otras características, pero que
era vulnerable a la luz del sol y tenía pánico por las cosas relacionadas con
el cristianismo.
Nos gustó
especialmente la historia de los vampiros y desde esa tarde, le pedíamos casi
todos los días que íbamos a visitarle que nos la repitiera. Llegamos a
sabérnosla mejor que él, así que hubo veces que la contábamos nosotras. Nos
interesó tanto ese tema que, podría decirse, nos hicimos unas expertas, pero
hay poca información sobre el tema y, de lo poco que hay, no puedes saber qué
hay de cierto y qué hay de falso en ello.
Recordé entonces
el día que le preguntamos al abuelo si había visto algún vampiro.
-Oh, no, claro
que no. Es solo una historia.
-Pero, entonces,
abuelo… ¿por qué tienes ajo en las puertas y ventanas?
Nos dijo que era
para que se secaran y poder cocinarlos, pero no nos lo creímos. Nunca supimos
qué pensar sobre ello.
Cuando crecimos,
entrando en la adolescencia, solíamos ir a su casa y charlar con él sobre la
información de vampiros que teníamos y él nos decía si era correcta o falsa.
Siempre nos dejaba impresionadas con lo que sabía.
-Dinos el
libro-le preguntó Nat hace poco tiempo.
Diría que fue la
última vez que fuimos a visitarle las dos.
-¿Qué
libro?-preguntó él, completamente confundido.
-El libro de
donde sacas la información sobre los vampiros-le dije yo.
-¡Oh! No lo saco
de ningún libro.
-¿Entonces, cómo
puedes saber tanto de ellos?
El abuelo
sonrió, se fue a la cocina y volvió con una bandeja de humeantes galletas de
chocolate.
-¿Galletas?-dijo,
ofreciéndonos, con una sonrisa.
A nosotras se
nos olvidó que nos debía una respuesta y, como era de esperar, no respondió. Y
ya no podría hacerlo.
Salí de mis
dolorosos recuerdos y volví a la realidad, al presente.
El abuelo era ya
cosa del pasado.
La gente se
acercaba al ataúd y depositaba sobre él una rosa blanca.
Miré a Nat. Era
ella quién llevaba las flores.
Me pasó una rosa
y juntas, avanzamos hacia el abuelo. No podía referirme a él como ataúd. Dentro
de él estaba mi abuelo, por lo tanto, era el abuelo.
Nos detuvimos
frente al féretro y vi mi reflejo en la clara madera.
Algo me corría
por las mejillas.
Estaba llorando.
Al depositar la
rosa sobre el ataúd, me vino a la mente un recuerdo, fugaz, de una pregunta que
le hicimos una vez.
-Abuelo… los
vampiros son inmortales, ¿correcto?
-Correcto, a no
ser que les de la luz del sol y otras tantas cosas como ya bien sabéis.
-Sí, pero
quitando eso… viven para siempre, ¿no?
-Sí, así es.
-¿No te gustaría
vivir para siempre, abuelo?
Él, que hasta
ese momento había estado de espaldas a nosotras y sonriendo, se volvió. La
expresión de su rostro nos intimidó. No había nada de nuestro abuelo en ese
rostro.
-No de esa
manera. Es una existencia maldita. Nadie querría vivir así.
-Pero, abuelo…
-Si se diera el
caso de que te convirtieras… ¿no te gustaría?
-Para vivir así,
preferiría morir.
“Ahora estás
muerto, abuelo”, pensé con tristeza. “Ya no hace falta que debatas sobre vivir
eternamente o no”.
-Pero abuelo…
-Ninguna de esas
cosas merece existir, ¿entendéis? Se mantienen en este mundo arrebatándoles la
vida a otras personas. Merecen morir. Todos, sin excepción.
-Sí, pero abuelo…
¿no eran solo un cuento?
Entonces, él
sonrió.
-Y lo son,
queridas. Y lo son.
Nat y yo nos
apartamos del ataúd y nos colocamos en el mismo lugar donde habíamos estado
antes.
Nuestra familia,
amigos e incluso Drew depositaron flores sobre el abuelo. Los últimos fueron
nuestros padres.
Mi padre se pasó
largo rato con la mano sobre al ataúd. Intenté interpretar su mirada, pero
desde mi posición era difícil.
Era tristeza lo
que sus ojos expresaban, pero había algo más. Me atrevería a aventurar que lo
que sus ojos decían era venganza. Pero… ¿contra quién?
Se apartaron del
ataúd y el cura pronunció las últimas palabras.
-Que el señor
esté con vosotros y con vuestro espíritu. Descansa en paz, viejo amigo. Amén.
Recordé entonces
que ya conocía al cura de antes. Había estado en casa del abuelo muchas veces
durante nuestra infancia, pero nunca había hablado directamente con él.
Los enterradores
procedieron a meter a mi abuelo en la tumba y a echar la tierra por encima,
para taparlo.
La gente comenzó
a irse. No querían ver eso.
Drew nos pasó a
las dos los brazos por los hombros y allí nos quedamos los tres, de pie. No
abandonaríamos al abuelo. Nos quedaríamos hasta el final.
Nuestros padres
se acercaron.
-Nosotros nos
vamos.
-Nosotras nos
quedamos-dijimos Nat y yo.
-Drew, si
quieres, puedes irte-le dijo Nat.
Él asintió.
Comprendía que
nosotras queríamos este momento para nosotras. Podríamos sentir al abuelo una
última vez.
-Iremos primero
a casa del abuelo antes de volver a casa-les dije a nuestros padres.
-Está bien. Nos
veremos allí.
Y los tres
marcharon.
Nat y yo nos
quedamos allí, de pie, viendo como los hombres echaban tierra sobre nuestro
abuelo, el contador de historias que nunca nos volvería a contar ninguna,
lástima de no haberlas grabado.
Los hombres
terminaron de hacer su trabajo, nos presentaron sus respetos y se fueron.
Nos quedamos las
dos solas.
-¿Nos vamos?-me
preguntó mi hermana.
Asentí.
-Nada hacemos
aquí ya.
Salimos del
cementerio y echamos la vista atrás. El abuelo se quedaba allí.
Echamos a andar
entre el bosque que separaba el cementerio de la civilización.
-Sigo pensando
que lo del abuelo no fue un accidente.-dije, de repente.
-Yo tampoco,
pero… ¿qué otra cosa si no?
-¿Te fijaste en
papá cuando dejó las flores en el féretro? Había algo en su mirada… Yo diría
que pedía venganza.
-¿Venganza?
¿Contra quién?
-Y yo que sé.
Pero creo que hay demasiadas cosas que huelen mal aquí. ¿Qué hacen papá y mamá
en todas esas salidas nocturnas que hacen? No te creerás eso de que van de
conferencia, ¿verdad?
-La verdad, no,
pero… ¿qué otra cosa harían sino?
-No lo sé. Por
eso quiero ir a casa del abuelo. Creo que allí encontraremos las respuestas.
-¿Cómo las vamos
a encontrar? ¿Habrá un libro que ponga “Las respuestas a las preguntas de Cris
y Nat”?
-Hum… ¡puede!
Entonces,
comenzó a llover.
-¡Corre, vamos!
Corriendo,
conseguimos llegar a casa del abuelo. Estaba nada más empezar el bosque,
apartada de la mano de Dios. Decía que a él le gustaba vivir apartado de la
sociedad.
Estaba tan
contenta por volver a esa casa que no reparé que algo fallaba.
-¡Corre, Nat,
que nos mojamos!
Ella sacó la
llave, que siempre llevaba junto a las suyas y entramos en la casa.
Nada más entrar
y sacudirnos cuales perros el agua de la lluvia, nos dimos cuenta de que algo
iba mal.
-Nat, aquí pasa
algo pero no sé el qué.
-Lo mismo digo.
Avanzamos y
entramos en el salón.
Me abracé a mi
hermana y grité al ver a tres personas cogiendo cosas del abuelo. Tres personas
que, al oír mi grito, dejaron caer lo que tenían en las manos y se lanzaron
sobre nosotras.
Siguiiente!!"
ResponderEliminar