sábado, 10 de marzo de 2012

Capítulo 1 Recuerdos


No podía creérmelo. No, no podía.
No podía creer que el abuelo se hubiera muerto.
Pero así era.
-¿Un accidente de coche?-pregunté, mientras  me enfundaba en mí vestido negro-Pero si él ya no conducía.
-Lo sé, Cris.-dijo mi hermana Nat, mientras se acercaba a ayudarme con la cremallera.
-No murió en un accidente de coche, por mucho que digan papá y mamá que así fue. ¿Dónde está el coche destrozado? No me trago que, al llegar ellos, ya se lo habían llevado al taller o a dónde sea que fuera donde se lo llevaran.
-No le des más vueltas, Cris.
-No puedo evitarlo, Nat. El abuelo era…
Me fue imposible acabar la frase y ella me abrazó. Nadie comprendía, como ella, lo que el abuelo era.
-¿Estáis ya?-preguntó Drew, irrumpiendo en mi cuarto.
Por una vez, había abandonado sus camisetas de grupos tales como Nirvana y esos pantalones que ahora se llevaban los cuales ibas enseñando el culo que cuando los llevaba me daba vergüenza ajena y se había puesto un traje negro.
-Sí-dije, separándome de mi hermana y secándome una lágrima que me asomaba por el ojo.-Déjame ponerme los tacones.
-No sé para qué, si con ellos tampoco lograrás ser más alta que nosotros, ¿verdad, Nat?
-Drew, sabes que no lo hago por eso.
-Ya, claro… Venga, no perdamos tiempo.-dijo, desapareciendo tras la puerta.
Suspiré, mientras me calzaba los zapatos y cogía de encima de la silla mi chaqueta negra.
Nat y yo nos cogimos del brazo y bajamos juntas las escaleras. Debajo de estas nos esperaba Alice, nuestra madre. Iba vestida con otro vestido negro, muy similar al mío y al de Nat y nos miraba con cara apremiante.
Sin decir nada, las tres nos dirigimos hacia el coche donde Drew, nuestro hermano y Peeta, nuestro padre, nos esperaban.
Aún en silencio, nos subimos al coche. Nat y yo nos tiramos en los asientos de atrás y mamá y Drew tuvieron una breve discusión sobre quién iba adelante, pero al final se acabó sentando ella, dado que mi padre necesitaba, en aquellos momentos, todo el apoyo posible. Después de todo, se había muerto su padre, al que estaba muy unido.
-Maldita sea…Será…-Drew iba refunfuñando por lo bajo cuando se sentó atrás.
-Drew, compórtate.
-Tú no eres mi madre.
-No, pero soy tu hermana mayor y puedo pegarte una ostia.
-¡Qué miedo!
No me pareció el momento propicio para iniciar una discusión que podía acabar en tragedia, así que lo dejé pasar y comencé a mirar por la ventana, queriendo creer que Drew se comportaba así debido a su edad. Catorce años. Plena edad del pavo. Aunque yo, con esa edad, tenía una percepción distinta de la vida.
Le agarré la mano a mi hermana, que iba mirando al frente, seria.
Ella tenía dieciséis años, yo uno más. Nunca sospecharías que yo fuera la mayor, dado que ella es bastante más alta y yo… bueno, yo era algo, que ya era decir.
Me dejé llevar por los recuerdos y así, sin darme cuenta, llegamos al cementerio.
Bajamos del coche y nos encontramos con familiares y amigos, que se ponían en fila para darnos, de nuevo, el pésame.
En ningún momento me solté del brazo de Nat y así nos quedamos, ella y yo, de pie, viendo como una sucesión de caras conocidas pasaba ante nosotras, nos decía cuánto sentía nuestra pérdida y se marchaba. Nos mentían. Nadie podría sentir esa pérdida más que nosotras.
Levanté la cabeza y miré al cielo. Estaba completamente nublado y olía a lluvia. Esperaba que no lloviese. Al abuelo no le gustaba la lluvia, solía decir que el sol daba la vida y a veces la quitaba. Pasó tiempo hasta que logré averiguar por qué decía esto último.
Entonces, me cayó una gota en la mejilla. ¿Casualidades de la vida? No lo creo. El abuelo me había enseñado en no creer en ellas.
-Es la hora.-dijo un cura que apareció de la nada. ¿Sería un cura o un ninja? Me reproché a mí misma por bromear en estos momentos. Estaba mal.
Todos asentimos y le seguimos a través de una interminable sucesión de lápidas. La grava crujía bajo nuestros pies con un ritmo monótono y, cuando salimos del camino para internarnos a través del césped, este crujió, húmedo.
Nos detuvimos ante un agujero recién cavado en la tierra, en el cual, al lado, se encontraba el ataúd del abuelo. El corazón se me encogió al verlo y me abracé a mi hermana.
La gente hizo un corro alrededor de la tumba y el cura se puso a los pies de esta. Tomó aire y comenzó con su sermón.
-Hermanos y hermanas, nos hemos reunido hoy para dar el último adiós a…
A mi abuelo. Habíamos venido todos a despedirnos de mi abuelo.
Eché la vista atrás y recordé en especial cuando Nat y yo ,de niñas, nos sentábamos en el suelo, frente al fuego, esperando las historias del abuelo, sentando en su sillón de cuero negro desgastado que siempre emitía un fuerte olor que nos desagradaba a ambas, pero nos hacía sentir en casa.
-¡Abuelo, abuelo! ¿Qué historia nos vas a contar hoy?-siempre repetíamos las dos.
-¿Qué tal la de los leprechauns?
-¡Abuelo!-protestábamos-¡Esa ya nos la has contando mil veces!
-¡Mil veces no!-decía yo-¡Mil billones de muchas veces!-decía, presumiendo de lo avanzado en matemáticas que íbamos en el cole.
Nat, como siempre, se me quedaba mirando, impresionada y decía que de mayor, quería saber tantos números como yo.
-¿Y qué tal si os cuento la de la bashee?
Al abuelo siempre le gustaba picarnos, ofreciéndonos historias que ya nos había contado.
Recordé, entonces, una tarde, una tarde en la que nos contó una historia que verdaderamente nos gustó, más que ninguna otra y que, cuando la repetía, no nos quejábamos.
Nat y yo, con siete y ocho años respectivamente, nos sentamos aquella tarde frente al fuego, después de habernos comido unas galletas caseras de chocolate y nos preparamos para una sesión de historias del abuelo.
-¡Abuelo, abuelo! ¿Qué historia nos vas a contar hoy?
-¿Qué tal la de los unicornios?
-¡Cornios, cornios!-repitió Drew, que por aquel entonces era un criajo de unos tres años.
El abuelo sonrió.
-Veo que Drew quiere saber cosas sobre unicornios.
Nosotras protestamos.
-¡Abuelo, no le hagas caso!
-¡No sabe lo que dice!
-¡Ya nos has contado esa historia! ¡No queremos volver a escucharla!
-¡Eso! ¡No por su culpa!
-Vale, vale-dijo el abuelo, intentando calmarnos a las dos-Creo que tengo una que os puede gustar.
-Desenfunda, vaquero.-dije yo, que por aquel entonces me había dado por ver Toy Story.
-Hoy por a contaros la historia más terrible de todas cuanto os he contado.
-¡No será para tanto!-reímos, pero al ver que el abuelo se mantenía serio, nos serenamos nosotras también.
-¿Vosotras sabéis lo que es un vampiro?
En ese tiempo, nuestros padres no nos habían dejado ver ninguna película de terror y, por lo tanto, desconocíamos la existencia de estos seres.
-No.
-¡Y tampoco es necesario que lo sepan!-interrumpió entonces mi madre-¡Son demasiado pequeñas!
Nosotras, picadas por la curiosidad, le pedimos al abuelo con insistencia que nos contara la historia de los vampiros, ya que veíamos venir que, si era por mamá, no nos la contaría.
-Vamos mamá, es solo un cuento.
-Un cuento como tantos que nos ha contando.
-¿Ves, Alice?-dijo el abuelo, intentando que mi madre entrara en razón- No se creen nada de lo que les dice un viejo chalado como yo. Les contaré la historia porque ya es hora de que la sepan. No pienso reclutarlas ahora para la causa, si es lo que temes.
Finalmente, mi madre accedió a que nos contara la historia.
-Bueno, está bien, pero como tengan miedo y lloren por la noche, vas a ir tú por la noche con ellas.-le dijo.
-Tranquila mamá, si viene el vampiro, nosotras le damos a Drew y que se le coma a él, ¿verdad, Nat?
-¡Sí!
Sin embargo, aunque la broma tenía gracia, solo nos reímos nosotras dos.
-Que graciosa.-dijo, y se fue.
Nosotras la ignoramos, lo olvidamos y le pedimos al abuelo que contara la historia. Y así fue como nos enteramos de la historia del vampiro, o nosferatu, que se alimentaba de la sangre de otros seres vivos, poseía una fuerza descomunal al igual que unos sentidos muy desarrollados entre otras características, pero que era vulnerable a la luz del sol y tenía pánico por las cosas relacionadas con el cristianismo.
Nos gustó especialmente la historia de los vampiros y desde esa tarde, le pedíamos casi todos los días que íbamos a visitarle que nos la repitiera. Llegamos a sabérnosla mejor que él, así que hubo veces que la contábamos nosotras. Nos interesó tanto ese tema que, podría decirse, nos hicimos unas expertas, pero hay poca información sobre el tema y, de lo poco que hay, no puedes saber qué hay de cierto y qué hay de falso en ello.
Recordé entonces el día que le preguntamos al abuelo si había visto algún vampiro.
-Oh, no, claro que no. Es solo una historia.
-Pero, entonces, abuelo… ¿por qué tienes ajo en las puertas y ventanas?
Nos dijo que era para que se secaran y poder cocinarlos, pero no nos lo creímos. Nunca supimos qué pensar sobre ello.
Cuando crecimos, entrando en la adolescencia, solíamos ir a su casa y charlar con él sobre la información de vampiros que teníamos y él nos decía si era correcta o falsa. Siempre nos dejaba impresionadas con lo que sabía.
-Dinos el libro-le preguntó Nat hace poco tiempo.
Diría que fue la última vez que fuimos a visitarle las dos.
-¿Qué libro?-preguntó él, completamente confundido.
-El libro de donde sacas la información sobre los vampiros-le dije yo.
-¡Oh! No lo saco de ningún libro.
-¿Entonces, cómo puedes saber tanto de ellos?
El abuelo sonrió, se fue a la cocina y volvió con una bandeja de humeantes galletas de chocolate.
-¿Galletas?-dijo, ofreciéndonos, con una sonrisa.
A nosotras se nos olvidó que nos debía una respuesta y, como era de esperar, no respondió. Y ya no podría hacerlo.
Salí de mis dolorosos recuerdos y volví a la realidad, al presente.
El abuelo era ya cosa del pasado.
La gente se acercaba al ataúd y depositaba sobre él una rosa blanca.
Miré a Nat. Era ella quién llevaba las flores.
Me pasó una rosa y juntas, avanzamos hacia el abuelo. No podía referirme a él como ataúd. Dentro de él estaba mi abuelo, por lo tanto, era el abuelo.
Nos detuvimos frente al féretro y vi mi reflejo en la clara madera.
Algo me corría por las mejillas.
Estaba llorando.
Al depositar la rosa sobre el ataúd, me vino a la mente un recuerdo, fugaz, de una pregunta que le hicimos una vez.
-Abuelo… los vampiros son inmortales, ¿correcto?
-Correcto, a no ser que les de la luz del sol y otras tantas cosas como ya bien sabéis.
-Sí, pero quitando eso… viven para siempre, ¿no?
-Sí, así es.
-¿No te gustaría vivir para siempre, abuelo?
Él, que hasta ese momento había estado de espaldas a nosotras y sonriendo, se volvió. La expresión de su rostro nos intimidó. No había nada de nuestro abuelo en ese rostro.
-No de esa manera. Es una existencia maldita. Nadie querría vivir así.
-Pero, abuelo…
-Si se diera el caso de que te convirtieras… ¿no te gustaría?
-Para vivir así, preferiría morir.
“Ahora estás muerto, abuelo”, pensé con tristeza. “Ya no hace falta que debatas sobre vivir eternamente o no”.
-Pero abuelo…
-Ninguna de esas cosas merece existir, ¿entendéis? Se mantienen en este mundo arrebatándoles la vida a otras personas. Merecen morir. Todos, sin excepción.
-Sí, pero abuelo… ¿no eran solo un cuento?
Entonces, él sonrió.
-Y lo son, queridas. Y lo son.
Nat y yo nos apartamos del ataúd y nos colocamos en el mismo lugar donde habíamos estado antes.
Nuestra familia, amigos e incluso Drew depositaron flores sobre el abuelo. Los últimos fueron nuestros padres.
Mi padre se pasó largo rato con la mano sobre al ataúd. Intenté interpretar su mirada, pero desde mi posición era difícil.
Era tristeza lo que sus ojos expresaban, pero había algo más. Me atrevería a aventurar que lo que sus ojos decían era venganza. Pero… ¿contra quién?
Se apartaron del ataúd y el cura pronunció las últimas palabras.
-Que el señor esté con vosotros y con vuestro espíritu. Descansa en paz, viejo amigo. Amén.
Recordé entonces que ya conocía al cura de antes. Había estado en casa del abuelo muchas veces durante nuestra infancia, pero nunca había hablado directamente con él.
Los enterradores procedieron a meter a mi abuelo en la tumba y a echar la tierra por encima, para taparlo.
La gente comenzó a irse. No querían ver eso.
Drew nos pasó a las dos los brazos por los hombros y allí nos quedamos los tres, de pie. No abandonaríamos al abuelo. Nos quedaríamos hasta el final.
Nuestros padres se acercaron.
-Nosotros nos vamos.
-Nosotras nos quedamos-dijimos Nat y yo.
-Drew, si quieres, puedes irte-le dijo Nat.
Él asintió.
Comprendía que nosotras queríamos este momento para nosotras. Podríamos sentir al abuelo una última vez.
-Iremos primero a casa del abuelo antes de volver a casa-les dije a nuestros padres.
-Está bien. Nos veremos allí.
Y los tres marcharon.
Nat y yo nos quedamos allí, de pie, viendo como los hombres echaban tierra sobre nuestro abuelo, el contador de historias que nunca nos volvería a contar ninguna, lástima de no haberlas grabado.
Los hombres terminaron de hacer su trabajo, nos presentaron sus respetos y se fueron.
Nos quedamos las dos solas.
-¿Nos vamos?-me preguntó mi hermana.
Asentí.
-Nada hacemos aquí ya.
Salimos del cementerio y echamos la vista atrás. El abuelo se quedaba allí.
Echamos a andar entre el bosque que separaba el cementerio de la civilización.
-Sigo pensando que lo del abuelo no fue un accidente.-dije, de repente.
-Yo tampoco, pero… ¿qué otra cosa si no?
-¿Te fijaste en papá cuando dejó las flores en el féretro? Había algo en su mirada… Yo diría que pedía venganza.
-¿Venganza? ¿Contra quién?
-Y yo que sé. Pero creo que hay demasiadas cosas que huelen mal aquí. ¿Qué hacen papá y mamá en todas esas salidas nocturnas que hacen? No te creerás eso de que van de conferencia, ¿verdad?
-La verdad, no, pero… ¿qué otra cosa harían sino?
-No lo sé. Por eso quiero ir a casa del abuelo. Creo que allí encontraremos las respuestas.
-¿Cómo las vamos a encontrar? ¿Habrá un libro que ponga “Las respuestas a las preguntas de Cris y Nat”?
-Hum… ¡puede!
Entonces, comenzó a llover.
-¡Corre, vamos!
Corriendo, conseguimos llegar a casa del abuelo. Estaba nada más empezar el bosque, apartada de la mano de Dios. Decía que a él le gustaba vivir apartado de la sociedad.
Estaba tan contenta por volver a esa casa que no reparé que algo fallaba.
-¡Corre, Nat, que nos mojamos!
Ella sacó la llave, que siempre llevaba junto a las suyas y entramos en la casa.
Nada más entrar y sacudirnos cuales perros el agua de la lluvia, nos dimos cuenta de que algo iba mal.
-Nat, aquí pasa algo pero no sé el qué.
-Lo mismo digo.
Avanzamos y entramos en el salón.
Me abracé a mi hermana y grité al ver a tres personas cogiendo cosas del abuelo. Tres personas que, al oír mi grito, dejaron caer lo que tenían en las manos y se lanzaron sobre nosotras.

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